lunes, noviembre 28

Hacia una alianza de las civilizaciones, por Juan Ramón de la Fuente

EL PAÍS - Opinión - 28-11-2005

En 1950, el historiador británico Arnold Toynbee bautizó su gran obra con un título fascinante: Guerra y civilización. En su interpretación de las civilizaciones destacaba un supuesto esencial: la guerra. Señalaba, en efecto, que en el inicio y el fin de las civilizaciones existe siempre, de una suerte u otra, la guerra.
Casi cuarenta años después, en el verano de 1989, Francis Fukuyama, un profesor estadounidense incorporado a la Secretaría de Estado y la Rand Corporation, publicó un artículo que tuvo audiencia universal: El fin de la historia. Fukuyama proclamaba el fin de la historia, teniendo en su cabeza, como memoria, a Hegel. El fin de la historia gravitaba sobre una visión global: que la democracia y el mercado constituirían un nuevo consenso de legitimidad y, en consecuencia, que ni Marx ni los modelos totalitarios podrían superar ni impedir ese proceso.
El derrumbe del Muro de Berlín ese mismo año y la disolución posterior de la Unión Soviética, con la incorporación de los países del Este a las economías de mercado, depararon a Fukuyama una gloria efímera sobre el fin de la historia, y su antítesis real: la irreprimible marcha de la historia hacia nuevas y poderosas contradicciones. Tres años después, Fukuyama tuvo que escribir el libro El fin de la historia y el último hombre, en el que intentó matizar sus ideas, orientando su análisis hacia la legitimidad como concepto esencial de la política y, posteriormente, hacia la revolución biogenética.
La mención a textos tan explosivos nos conduce, ineludiblemente, al ensayo que Samuel Huntington publicara en 1993, El choque de las civilizaciones, artículo que causó un estallido polémico similar al de Fukuyama. Y si el derrumbe de los muros berlineses propició una breve gloria a Fukuyama, los atentados contra las Torres Gemelas lograron elevar a toda una nueva categoría "el choque de las civilizaciones". Huntington mantenía la tesis de que, al finalizar la guerra fría, las contradicciones de las civilizaciones reemplazarían a las ideologías como factor decisivo de los conflictos internacionales; pero se deslizaba, en tal hipótesis, una interrogación importante: ¿cómo construir la paz americana en un sistema unipolar? Dicho de otra manera, la pregunta sería: ¿cómo imponer, entre el equilibrio y el imperio, un proyecto consensuado de paz universal?
Huntington fue más allá con otro libro, ¿Quiénes somos? El desafío a la identidad nacional americana, en el que plantea el dilema estadounidense como originado por una grave perturbación cultural derivada de las poblaciones hispánicas y, sobre todo, del flujo migratorio mexicano. Esas poblaciones, según el autor, contradicen la trilogía sacra de la identidad estadounidense: blancos, anglosajones y protestantes.
Sin percibir siquiera su propio fundamentalismo, Huntington niega, con su tesis, a los Estados Unidos, porque las civilizaciones -incluida la estadounidense- han sido el fruto histórico de grandes mestizajes culturales. De ahí que su fracaso en Irak gravite sobre esa perentórica incapacidad para entender, comprender y asumir quién es el otro como sujeto histórico de una civilización que hizo posible, entre otras cosas, que en el siglo VIII Bagdad fuera bautizada como Medina al Salam, es decir, la Ciudad de la Paz.
Al revés del choque de civilizaciones, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió en 2001 establecer, como antítesis, el Programa Mundial para el Diálogo de las Civilizaciones. Enfrentaba así a la barbarie del atentado contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre con una tesis fundada en la capacidad humana para explorar, frente al determinismo del terrorismo y la reacción imperial, un análisis más racional. Pero en el centro del debate cultural gravita también la necesidad de afirmar, frente a la simplificación que niega nuestra complejidad existencial, una variable no sólo racional, sino también ética y moral.
Rousseau, en su Émile, definía en una frase admirable la esencia del problema: "Quiero aprender a vivir". Parecería, sin embargo, que el ensayo existencial de nuestro tiempo plantea lo contrario: aprender a matar masivamente, como si el otro no existiera o no debiera existir.
Antes de la invasión a Irak, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tuvo que aceptar el verdadero significado del debate sobre la paz y la guerra. Un debate atrapado, desde el inicio, en un cuestionamiento de relevante significado moral: ¿existían causas objetivas, probadas, indiscutibles, evidentes, para desencadenar la guerra contra Irak bajo el supuesto de poseer armas de destrucción masiva? Las pruebas insuficientes, la imposición de una tesis sin su comprobación y la conclusión posterior, de que si no existían las armas de destrucción masiva, al fin y al cabo el mundo estaba mejor sin Sadam Husein, hicieron retroceder la historia de la humanidad a la barbarie. Es poco disputable decir que el vacío ético que ha dejado ese impulso destructor nos obliga, sin equívocos, a defender contra viento y marea el proyecto que el presidente del Gobierno español ha replanteado como alianza de las civilizaciones. Pero no sólo ritualmente, sino porque frente a la idea de la confrontación, es decir, frente al choque de las civilizaciones, es indispensable defender la identidad humana común, plural, compleja y mestiza. Identidad inseparable de la aventura del hombre por encontrar soluciones solidarias.
El imperativo moral de las democracias es que éstas no pueden ser una bandera para las conquistas, sino una bandera para la convivencia y la tolerancia. No existe, pues, el fin de la historia, sino lo contrario: la historia tiene que hacerse cada día, y tanto mejor si se asume que sólo desde el conocimiento se pueden afrontar las complejidades del existir.
Las universidades, como centros generadores y difusores del conocimiento, habrán de ser fundamentales en la construcción de esa historia que viene.
Por eso no podemos aceptar, como última razón, el choque de las civilizaciones; pero sí al revés: el diálogo y la alianza entre civilizaciones.
Es necesario reconocer también que la Universidad, a escala global, ha de ser la memoria colectiva y crítica de un planeta común. El hombre y la mujer del siglo XXI habrán de entender que el terrorismo suicida no es la expresión del islam ni de una civilización frente a otra. Es, en el fondo, una forma primaria y trágica de una catástrofe ideológica y social que no quiso advertir que la libertad sólo se realiza en la solidaridad y que sin la solidaridad la libertad se vacía de su validez universal. Somos libres porque somos solidarios.
Vuelvo a Toynbee, quien conversaba en 1963 con su hijo Philip, cuando éste le hizo, a quemarropa, una apremiante pregunta: "¿Crees en Dios?". A lo que Toynbee contestó: "Creo en Dios si las creencias hindúes o chinas están incluidas en la creencia en Dios. Pero me parece que los cristianos, judíos y musulmanes, en su mayoría, no admitirían esto y dirían que no es una genuina creencia en Dios". Me parece que esas palabras son hoy esenciales para el diálogo y la alianza entre civilizaciones. Las sugiero a manera de reflexión para avanzar en el tema. Respaldar la alianza de las civilizaciones es negarse a admitir que la guerra es la solución a un problema mal presentado y mal defendido, que no sólo distorsiona gravemente la realidad, sino que favorece la expansión de la violencia, y lo que es peor, hace de la violencia un mundo inédito para los suicidas a través del terrorismo.
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Juan Ramón de la Fuente es rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fragmentos del texto leído en la Universidad de Alcalá durante su investidura como doctor honoris causa el pasado lunes 21.

martes, noviembre 22

Entrevista a Gonzalo Martner, El Mostrador


-¿Cómo le ha ido en su campaña, considerando que Santiago Oriente es una zona con un alto número de votantes de derecha?
-Bueno, son un millón 600 mil electores y darse a conocer allí, con escaso recursos financieros como es mi caso, no es fácil, pero estamos haciendo todo lo posible por subir mi votación, lo que también es un aporte para la candidatura de Michelle Bachelet. Estoy contento y satisfecho porque esta campaña ha sido una instancia para conocer muchas situaciones y compartir con la gente. Bueno, también esto es el contraste que el país tiene, ya que en la zona oriente efectivamente está el barrio alto y también muchas zonas populares y uno dimensiona mucho más la tarea que debe hacer para disminuir las brechas sociales que hay en Chile.
-¿Qué le parecen los resultados de la encuesta CERC, donde aparece con menos de un 6 por ciento?
-Mi intención de voto es de un cinco por ciento. Bueno, Alejandro Foxley y Jaime Estévez sumaron 45 por ciento hace ocho años atrás, mientras que Soledad Alvear y yo vamos a tener una votación mayor que eso, aunque yo esté haciendo un aporte bastante menor, por cierto, pero eso es un dato que se sabía desde un principio.
-¿Hace un par de meses usted dijo que en estas elecciones quería tener una votación similar a la del candidato a senador de la UDI, Pablo Longueira, quien también postula por esa circunscripción?
-Cuando yo dije eso Longueira tenía un 14 por ciento de votación, y sinceramente yo no he subido mucho, sin embargo uno propone y es la gente la que dispone...
-¿Qué le parece la cantidad de recursos que estarían utilizando tanto Longueira como la candidata de RN, Lily Pérez, en esa zona?
-Aquí hubo una ley que buscó limitar los gastos de campaña y la verdad es que yo no veo que esté funcionando, hay un despliegue excesivo, un derroche de dinero, y seguimos con el problema. Nuestra democracia, en muchos sentido, es prisionera del dinero.
-¿Qué le parece que el candidato del Partido Comunista, Manuel Riesco, tenga una votación similar a la de usted, pese a que él ha hecho muy poca campaña electoral?
-Estoy consciente de eso, recordemos, en todo caso, que hace ocho años atrás Mireya Baltra sacó cerca de un ocho por ciento de los votos. Y sin duda que en esta zona hay un porcentaje de personas que está de acuerdo con las propuestas de la izquierda extraparlamentaria.
-¿Usted cree que hay alguna posibilidad de que el PC pueda llegar al Parlamento?
-A mí me parece que sí, porque ellos tienen el legítimo derecho de estar en el parlamento, si bien el sistema binominal en la actualidad lo hace imposible.

viernes, noviembre 18

El Continente ilícito, por Moisés Naím

EL PAÍS - Opinión - 18-11-2005

Cada noche, Fortuna García canta una nana a su hija Carmen cuando la niña de seis años se va a dormir en casa de su abuela en Cochabamba, Bolivia. Fortuna vive en Gaithersburg, Maryland, y no ha visto a Carmen desde que abandonó Bolivia hace tres años. Pero cada noche, gracias a una tarjeta telefónica de prepago y por menos de un euro, le canta a Carmen hasta que se duerme. Y cada mes, Fortuna manda unos 250 euros a su madre, que se ocupa de Carmen. Los envíos de Fortuna han ayudado a pagar las mejoras de la casa de su madre y también han costeado la operación que salvó la vida a su sobrina enferma. Fortuna es uno de los 500.000 extranjeros que entran ilegalmente en Estados Unidos cada año, una cifra que no ha descendido de sus niveles previos al 11-S, a pesar de los esfuerzos por fortificar las fronteras de EE UU. Debido a que es una inmigrante ilegal, Fortuna carece de una cuenta bancaria en Estados Unidos y, por tanto, recurre a un encomendero, un compatriota boliviano que, por una comisión, entrega en mano el dinero que ella y sus vecinos de su comunidad de expatriados envían habitualmente a casa. Estos canales informales que se utilizan para mover dinero internacionalmente son comunes a muchos grupos de inmigrantes. Entre los inmigrantes de Oriente Próximo y el sur de Asia, el sistema se denomina hawala. Entre los chinos se conoce como chop.
Hace poco en una reunión en Argentina los jefes de Estado de América Latina tuvieron fuertes enfrentamientos sobre cómo promover el libre comercio en las Américas sin llegar a ningún acuerdo. Mientras tanto, los traficantes ilegales -de gente, dinero, drogas, armas o artículos falsificados- están teniendo enorme éxito conectando el Sur con el Norte y transformando a ambos en el proceso. Puede que los acuerdos de libre comercio no estén prosperando en las Américas, pero el comercio ilícito sin duda está en pleno apogeo.
Fortuna García y otros latinoamericanos que viven en el extranjero enviaron casi 40.000 millones de euros a sus países de origen el año pasado, más que todas las empresas multinacionales juntas y mucho más que todas las ayudas externas repartidas por EE UU, la Unión Europea, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El flujo de capital ya supone un 10% del PIB de Latinoamérica, y está creciendo a más de un 10% anual. Algunas transferencias son realizadas por emigrantes legales a través de canales legítimos, pero un porcentaje importante se gana y envía de forma ilícita.
Pero los narcóticos, que no los envíos de dinero, son la principal actividad ilegal en Latinoamérica y una importante fuente de divisas extranjeras. Según Naciones Unidas, las ventas de droga en el extranjero superaron con creces los 64.000 millones de euros en productos agrícolas que la región exporta cada año. Para muchos países latinoamericanos, las drogas no son sólo la principal y más lucrativa exportación, sino también una importante fuente de poder político y, lamentablemente, también una letal fuente de violencia y conflicto social.
Brasil, por ejemplo, ya no es tan sólo una ruta de tránsito para la droga transportada desde los Andes a Europa, sino que se ha convertido en un enorme mercado de consumo final. En la frontera entre EE UU y México, poderosas bandas de traficantes rivales están librando una intensa batalla entre sí y contra el Gobierno. En Bolivia, los carteles de la cocaína han forjado complejas alianzas con grupos indígenas politizados dispuestos a hacerse con el control del país. Recientemente, militares de alto rango venezolanos fueron acusados por el Gobierno de EE UU de tráfico de drogas, cargos que el presidente Hugo Chávez inmediatamente desechó como otro intento de Bush y su Gobierno de desestabilizar su régimen. Meses antes, Venezuela había sido incluida en la lista de los peores países del mundo en cuanto a su tolerancia con los traficantes de personas. No cabe duda de que, independientemente de la animadversión de Bush hacia Chávez, Venezuela, gracias a sus muy porosas fronteras, un sistema financiero muy vulnerable al blanqueo de dinero, un sistema judicial muy débil, policías plagadas de corrupción y su especial localización geográfica, se ha convertido en un importante puente facilitador del comercio internacional ilícito.
Y no es sólo Venezuela, por supuesto. La mitad de la actividad económica de Latinoamérica se desarrolla en el sector informal. Muchos de esos empleos son precarios, pero, según encuestas, los trabajadores a menudo los prefieren a los trabajos tradicionales, ya que, en el sector informal, ganan más y son más independientes. De hecho, sólo se considera "grandes" a un 2% de las empresas formales de Latinoamérica, e incluso las que son grandes en Latinoamérica son bastante pequeñas según criterios internacionales. Por el contrario, la economía ilícita de la región es enorme y su competitividad es de nivel mundial. Las economías latinoamericanas nutren toda clase de redes empresariales importantes, altamente globalizadas y eficaces que son capaces de transportar personas o droga desde los lugares más remotos de los Andes o la jungla amazónica a Miami o Amsterdam en cuestión de días. Pocas empresas latinoamericanas formales son así de competitivas y eficientes.
La economía ilícita prospera a plena vista y conecta a América Latina con el resto del mundo de muy poderosas y a menudo delictivas maneras. Desde esta perspectiva, los furiosos debates que enfrentan a los presidentes latinoamericanos sobre el tema del libre comercio lucen menos importantes. Los acuerdos de libre comercio se firman entre Gobiernos, e involucran principalmente a empresas exportadoras en el sector más formal. Estos enfrentamientos ideológicos ignoran la realidad de que mientras la economía formal está creciendo poco y creando insuficientes empleos, el sector informal y su hermano siamés, el tráfico ilícito, están experimentando un gran boom.
El libre comercio y los flujos internacionales de capital ya son una realidad incontrovertible de las economías latinoamericanas. Lástima que muchos de ellos sean ilícitos.