martes, febrero 28

Socialistas (5), por Jorge Arrate

Después de la ''renovación''
Investigadores de universidades nacionales y extranjeras estudian hoy la “renovación socialista”. Sin embargo el entendimiento corriente sobre su significado se ha distorsionado, tanto por desconocimiento como por la intención de cobijar bajo ese alero conceptos que nunca formaron parte de su ideario. La “renovación socialista” fue funcional a los momentos iniciales de la transición, a la cautela y moderación imperantes. Aquello incentivó su uso oportunista, adhesiones de circunstancia y ulteriores desarrollos que no tienen relación directa con la “renovación” originaria. Como ya lo he dicho en otras ocasiones, la “renovación” postuló revisar y revitalizar el pensamiento socialista. No se propuso reemplazarlo o renunciar a él, no fue negación de la identidad de izquierda ni coartada para aliviar la memoria de sus cargas negativas. Fue siempre “renovación socialista” y no simplemente “renovación”. Desde su inicio se reconoció también como “rescate”, o sea recuperación de fuentes del pensamiento socialista chileno.
La “renovación” revitalizó una de las más importantes piezas teóricas del socialismo, si no la más importante, la Introducción al Programa de 1947, surgida de la pluma de Eugenio González. Repuso, sin perjuicio de la autocrítica severa respecto a la visión partidaria durante la Unidad Popular, la valoración allendista de la democracia. Efectivamente, descartó el asalto al poder como instrumento de cambio social y propuso, para las circunstancias chilenas, la democracia como espacio y límite del quehacer político del PS. Implantó en la discusión teórica socialista el concepto “gramsciano” de hegemonía y plasmó una política de alianzas democráticas amplias que, previsiblemente, facilitarían el cambio social para el horizonte histórico previsible. Propuso una revisión del modelo de partido y planteó nuevos enfoques sobre la relación entre medios y fines y entre cultura y política.
A fines de los ochenta la “renovación” terminó de madurar con la unificación socialista y el “Congreso de Unidad Salvador Allende” celebrado en 1990. En ese momento se habían incorporado al Partido Socialista unificado casi todos los grupos socialistas del tronco histórico, ambos MAPU, ex miristas, comunistas disidentes y la Izquierda Cristiana. Más allá de las resistencias de sectores que advertían un proceso de “derechización” partidaria, pareció entonces configurarse un partido que remozaba su identidad y bases doctrinarias. En los años noventa la “renovación” fue agitada como emblema tendencial interno o invocada para abrir camino a un proceso de “post renovación”, en el que hubo empeños para ir más allá del impulso original.
Actualmente algunos consideran que la “renovación” sólo es tal si agrega la teoría del libre mercado a su bagaje conceptual. Esta posición ha dado lugar a lo que, provocativamente, he llamado la “ultra renovación”.
El reproche más mordaz que puede hacérsele a los contenidos de la “renovación” es la ausencia de una reflexión sobre el mercado, a pesar que el neoliberalismo y la economía “reaganiana” eran ya en los setenta una corriente protagónica en el mundo y en el Chile de los “Chicago Boys”. Hubo críticas al neoliberalismo, generalmente desde las posiciones económicas más tradicionales, pero no germinó un debate del que surgieran criterios de preeminencia ética de lo público sobre lo privado y del interés colectivo sobre el individual, con capacidad de plantear interrogantes incisivas a la teoría económica neoclásica y al libre mercado y de generar opciones viables alternativas. La pérdida de un claro perfil socialista en el debate político y cultural actual tiene relación directa con esta falencia del proceso de “renovación socialista”. En el entretanto el mercado impuso su lógica y la ha convertido en sentido común, sin que la izquierda concertacionista haya opuesto una armazón conceptual apta para batallar contra la embestida mercantilista. Lo más dramático, sin embargo, es que el espacio que la “renovación” definió como propio hasta convertir en algo aceptado la identidad entre los socialistas y la plena democracia, ha sido distorsionado por el mercado a través de diversos mecanismos: el disciplinamiento económico-comercial de los ciudadanos, el peso electoral del dinero, la estirpe mercantil del sistema de medios de comunicación y el estímulo al individualismo. El mercado es un nuevo Leviatán que todo lo consume, lo coopta, lo invade. El desprestigio de la democracia -una “mercadocracia”- se hace mayor y siempre creciente, y genera la apatía.
De este modo la participación, aquella fundante, la del sufragio, es hoy despreciada por un cuarenta o más por ciento de los ciudadanos y por un porcentaje impactante, muy mayoritario, de los más jóvenes. Esa democracia mercantilizada, binominal, intervenida en mil formas por los poderes fácticos, recortada en sus posibilidades por una globalización que reduce el espacio de acción de los Estados, no es, sin duda, la democracia que la “renovación” concibió como su campo de batalla. Los rasgos toscos de la democracia recuperada fueron un marco desfavorable para remodelar la idea de partido en un sentido democratizador.
En 1989, al reunificarse, el Partido Socialista dio un paso refundacional cuando amplió sus cimientos ideológicos. En las Bases Doctrinarias y Políticas de la reunificación se reconoció que el potencial crítico de la sociedad capitalista se nutría no sólo del pensamiento marxista, sino también de las corrientes emancipadoras humanista y cristiana. Raúl Ampuero había tomado con fuerza la cuestión cristiana en los orígenes orgánicos del proceso de “renovación”, en los seminarios de Ariccia, en Italia, a fines de los setenta y comienzos de los ochenta. En Chile los partidos de izquierda de matriz original cristiana habían participado de la reflexión renovadora. El MAPU-Gazmuri se había incorporado muy mayoritariamente al PS-Núñez, el MAPU-Garretón se integró al partido unido en el acto de reunificación y, un año después, la dirección y la mayoría de la base de la Izquierda Cristiana fue recibida en el Congreso Salvador Allende. Pero la reunificación generó mecanismos defensivos que hicieron imposible avanzar en constituir un partido nuevo y distinto.
Por una parte, los “renovados” debieron enfrentar la cuestión de la “doble militancia” en el PPD y muchos de ellos se establecieron definitivamente en el nuevo partido. Mientras eso ocurría, hicieron sentir en el PS el peso de disponer de otra opción que ofrecía como atractivos no soportar las cargas ideológicas, la historia de pugnas o las culpas, reales o inventadas, de los socialistas. Los que permanecieron en el PS reafirmaron la “renovación” como su divisa, desaprovecharon la posibilidad de convertir sus contenidos en un patrimonio plenamente colectivo y la utilizaron para tratar de imponerse en las pugnas internas. Parte del “almeydismo”, que enfrentaba una salida de la dictadura muy distinta a la deseada, se refugió en sus señas más fuertes de identidad. Las corrientes se impermeabilizaron y prefirieron consolidarse. La adhesión de la mayoría del MAPU-Garretón a la identidad “renovada” y de la Izquierda Cristiana a la corriente llamada “Nueva Izquierda”, parecieron síntomas de que la amplitud ideológica se reflejaría al interior de las corrientes y las debilitaría. Sin embargo, implicó la renuncia por parte de esos nuevos socialistas a formular un aporte a la reestructuración partidaria.
El gobierno y sus exigencias uniformaron los discursos, por convicción o por sentido de la responsabilidad política. El PS debilitó sus vínculos con la sociedad, ahora mucho más centrado en el Estado. Las señas de identidad conceptual de las corrientes comenzaron a licuarse, pero la nervadura, los estilos, las formas de manejo del poder interno y externo, permanecieron. Hace pocos meses escuché en un foro a un socialista proveniente del “almeydismo”, muy joven en los tiempos del fin de la dictadura, que sostenía que la “renovación socialista” había sido uno de los grandes acontecimientos en la historia del PS. La afirmación era, por sí sola, una señal de que todos, o casi, podían mirar con distancia y más objetividad el proceso de “renovación” y sus derivaciones. La “renovación” fue un momento de recuperación de pensamiento socialista. Propuso una revisión de las alianzas con una mirada más abierta hacia el centro e hizo al PS más contemporáneo sin renunciar a nada de su historia. Pero quedó en deuda de una reflexión a fondo sobre el mercado, tal vez porque la existencia de la dictadura era un foco absoluto de preocupación.
Por otra parte, no tuvo la energía ni la decisión para cambiar positivamente el modo de existir del partido. Para hacerlo, la “renovación” requería autoeliminarse como corriente. La “renovación” es un proceso que ya es historia. ¿Otra renovación, un renacimiento, una nueva refundación? ¿Cómo habrá de llamarse el desarrollo indispensable que hay que echar a andar si queremos que el PS sobreviva como instrumento capaz de impulsar sus objetivos?